
Como una rueda que vuelve a girar
en un largo e incompleto tramo,
inesperadas lluvias persiguen
las tardes solariegas.
Los tintineantes pesares que conforman el diluvio
comienzan a mezclarse en cuanto tocan el suelo
recorriendo calles tremendamente ennegresidas
escenarios de desorden, bullicio
pechos rotos o interminables silencios.
Llenas de resoplidos helados
se alargan las noches hacia algún amanecer
y nunca se sabe,
que puerta se abre...
Hasta que mientras vuelve a girar la verdad
abrimos los ojos y nos vemos el rostro
reflejado en un lento y último atardecer.
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