
"Solamente los que viven a la luz de sol, solamente los sencillos y sin artifcios cabalgan en el aire. Y sólo quien se extravía mil veces tendrá una bienvenida, al regresar a su hogar"
-Khalil Gibrán.
En este camino, las palabras del mar
las voces de las viejas islas,
los pasos borrados de la arena
y el sonido anónimo de las guitarras
subsisten imperceptibles.
Me alejo un instante
de las voces estridentes,
de los llamados de atención
de los desesperados,
de las aguas turbias
en las que mojo mis pies...
Mientras aprendo a caminar
dentro de mi propio exilio.
Me deshago de ti caricaturilla fina,
acosadora y lejana
como la verdad en los diaros.
Sólo aqui es que puedo hablar de los fusiles,
de las bombas, de las manos y el arado
de la lluvia y las cenizas
de todo en fin...
Pero saco un pie de estas aguas
y de inmediato siento frío,
vuelvo a la turbidez, a la neblina
y me asaltan en la calle
el hambre de mis hermanos
y las vocesitas pidiendo un lempira.
Quiero dejar de ver las mismas escenas
las madres rogando, las plazas llenas de orín
y de estomagos vacíos,
de cabellos enredados por la mugre
que dejó caer algún rechoncho burgués...
Siento nauseas, me recuesto
y me entrego a la burbujeante miseria
de estas sábanas que me envuelven
en su abrazo tibio y mediocre.
Mi techo es la fiel representación de la injusticia
todo lo que poseo tiene algo de belleza
y con mayor razón no le merezco.
Comienzo a dejar de escuchar
la limpia melodía de mi pie fuera del agua,
de las guitarras, de las islas
de los atardeceres en los que sentí frío.
Porque estaba desnuda, fertil y nueva...
los pasos borrados de la arena
y el sonido anónimo de las guitarras
subsisten imperceptibles.
Me alejo un instante
de las voces estridentes,
de los llamados de atención
de los desesperados,
de las aguas turbias
en las que mojo mis pies...
Mientras aprendo a caminar
dentro de mi propio exilio.
Me deshago de ti caricaturilla fina,
acosadora y lejana
como la verdad en los diaros.
Sólo aqui es que puedo hablar de los fusiles,
de las bombas, de las manos y el arado
de la lluvia y las cenizas
de todo en fin...
Pero saco un pie de estas aguas
y de inmediato siento frío,
vuelvo a la turbidez, a la neblina
y me asaltan en la calle
el hambre de mis hermanos
y las vocesitas pidiendo un lempira.
Quiero dejar de ver las mismas escenas
las madres rogando, las plazas llenas de orín
y de estomagos vacíos,
de cabellos enredados por la mugre
que dejó caer algún rechoncho burgués...
Siento nauseas, me recuesto
y me entrego a la burbujeante miseria
de estas sábanas que me envuelven
en su abrazo tibio y mediocre.
Mi techo es la fiel representación de la injusticia
todo lo que poseo tiene algo de belleza
y con mayor razón no le merezco.
Comienzo a dejar de escuchar
la limpia melodía de mi pie fuera del agua,
de las guitarras, de las islas
de los atardeceres en los que sentí frío.
Porque estaba desnuda, fertil y nueva...
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